"José Saramago"

El nuevo libro de José Saramago en el contexto de su obra

Por Roberto Sánchez Huerta

Perdónenme si les pareció poco esto que para mí es todo

JOSÉ SARAMAGO

¿Un último libro de José Saramago o el primero después de su muerte? ¿Cómo decirlo? En muchos sentidos es el primero: el primero cuyo título no fue elegido por un azar en una situación azarosa, el primero que no tecleó por su cuenta, el primero con el que incursiona en un género que jamás había trabajado, el más reciente que ofrece a los lectores, el primero que en la solapa indica las dos fechas de la vida: la del nacimiento y la de la muerte. José Saramago no escribirá más, pero quizás Pilar del Río, su viuda, y la fundación que lleva el nombre del escritor, decidan publicar libros que no han llegado al español o cuyas ediciones han sido reducidas o están agotadas. Porque la literatura de Saramago no se acaba en las publicaciones conocidas: ¿qué será de Terra do Pecado (Tierra de Pecado), primera novela de Saramago publicada en 1947, o de los libros inconseguibles como In Nomine Dei, Qué farei con este libro?  (Qué haré con éste libro) y A segunda vida de Francisco de Assis (La segunda vida de San Francisco de Asis)?

En José Saramago en sus palabras (Alfaguara, 2010) Gómez Aguilera,  poeta, director de la Fundación César Manrique y amigo del autor de El viaje del Elefante, construye un mosaico de declaraciones que consiste en presentar al lector un catálogo cronológico de las intervenciones que el Nobel de Literatura 1998 hiciera en periódicos, revistas y entrevistas, a lo largo de aproximadamente cuarenta años, es decir, de mediados de los años setenta hasta marzo de 2009. Dichas declaraciones fueron tomadas de la prensa de países como Portugal, España, Inglaterra, Estados Unidos, Cuba, Argentina, entre otros. Asimismo, el libro contiene fragmentos de entrevistas con Jorge Hálperin, Armando Baptista-Bastos, Juan Arias, etc. El compilador describe estos extractos como “máximas, latigazos verbales, que iluminan al que los lee y les hace pensar”

La postura de Saramago siempre es crítica y no hay causa que no llame su atención. Con igual penetración abordó los temas que lo inquietaron, porque, como él dijera: “las miserias del mundo están ahí, y sólo hay dos modos de reaccionar ante ellas: o entender que uno no tiene la culpa y, por tanto, encogerse de hombros y decir que no está en sus manos remediarlo – esto es cierto-, o bien asumir que, aun cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarse como si así lo fuera” Pero antes de las palabras y los actos, está quien las dice y hace. Bajo el título “Quién se llama José Saramago”, Gómez Aguilera reúne las reflexiones que el autor de Las intermitencias de la muerte hiciera sobre sí mismo: todo aquello que definió su visión del mundo. En una segunda parte ubica las declaraciones que hiciera respecto a su concepción del oficio de escritor. Finalmente, las acciones a las que correspondió su compromiso se vuelven el tema: una vez expuesta su cosmovisión, puede traducirla en actos que él, como ciudadano, tenía la responsabilidad de llevar a cabo.

Si algo define su literatura, es su pensamiento, el cual, a su vez, define al hombre. El pensamiento, que es su creación; su pensamiento, de quien es criatura. Y aquello de lo que se afianza: la razón. Pero José Saramago no sólo creó una vasta obra literaria para depositar su pensamiento y dejarlo al buen entender de los lectores; eso no lo hubiera satisfecho. La palabra escrita para Saramago no tenía sentido si se quedaba estática; todo lo contrario: la importancia de su enunciación radica en los actos que se hagan a favor de la sociedad. “No puedo entender la postura que lleva a un escritor a pensar que su compromiso personal se ciñe exclusivamente a la literatura y a su obra. Es la vuelta al egoísmo y a la altiva torre de marfil”, declaró en 1994. Saramago mezcló sus palabras lúcidas con el compromiso civil.

Hombre de cultura adquirida por voluntad, rigor y orden propio, los alcances de observación y crítica, de pasión y gusto, llegaron lejos. Cada una de sus novelas está impregnada de sus inquietudes. En todas, el tema, a grandes rasgos, es el mismo: la conciencia del humano. Para él, el tema de sus novelas es sólo el pretexto para evocar la importancia de que el humano perciba su propia conciencia como una responsabilidad frente al mundo.

El encuentro del lector con el autor está en las palabras. Las palabras que se dicen sobre otras palabras. Entrar en contacto con la palabra de Saramago es sentarse a conversar con él. El 28 de noviembre del presente año, la traductora del escritor, Pilar del Río, expresó en una entrevista: “Saramago es quizás el escritor que menos contraste tiene entre su vida y su obra. Él era tal como su obra”

El autor expresó alguna vez en una entrevista: “En los últimos años de mi vida, me gustaría reunir a todos mis lectores y dialogar con ellos”. Este libro es una posibilidad de que aquella intención no esté perdida, porque, como alguna vez lo dijo, la intención de toda su obra es causar desasosiego. Aquel lector que se intranquilice por “el espectáculo del mundo” está conversando con Saramago.

Las palabras en manos de José Saramago son como armas cargadas. Están al acecho de las injusticias, de las sinrazones, de las malas políticas, de las barbaries. Con ellas defiende a los más desprotegidos con la misma fuerza que desprecia a los poderosos. Pero todo tiene un mismo punto de partida: la razón, la conciencia del ser humano. Así como en sus novelas, en éste libro habla de su pueblo natal, de Portugal, de ética, dios, la razón, la muerte, la literatura, la historia, la mujer, el comunismo, el iberismo, la política, los derechos humanos y el pensamiento crítico. Por eso, la lectura de este libro es grata en dos aspectos: para el asiduo lector de Saramago que encuentra en éstas breves síntesis la condensación de su obra literaria, como para quien nunca ha leído a Saramago, una invitación, sin palabras de bienvenida, que lo acerca a su obra literaria. De una u otra manera, cuando alguien lee a Saramago debe estar preparado porque se acerca al territorio del pesimismo en donde sólo la ironía alegra. Su obra vuelve activos a los lectores: es literatura que al mismo tiempo que se gusta, se sufre. A través de este caminar dialéctico, el lector se apasiona por acercarse a aquello que no siempre es placentero. Con ello, entra al mundo donde todo deja de ser como lo pensábamos. Lo que un día fue posesión segura, ahora está derrumbado, con una respuesta que no es tácita: Saramago desmorona lo que nunca ponemos en duda para que el lector haga su propia reflexión. Siembra las dudas, los lectores encuentran las respuestas no en la lectura, sino en la reflexión del texto. Le gusta recrear el mundo de una forma paralela a la que conocemos, porque sólo así podemos evaluar ambos. Ensayo sobre la ceguera (1995) recrea un mundo en el que todo se torna ruina a causa de la gradual pérdida de la vista de la población. Desesperada por el vuelco que dio sus vidas, la gente compite por sobrevivir. Una blancura incesante que les obstruye la vista les obstruye también la razón. Los modos civilizados de convivir se tornan en batallas de ciegos que buscan comida en las calles, que se aglutinan para dominar esa nueva ciudad. Con la razón cegada, las reglas se pierden y todo, hasta los actos que nunca hubieran sido pensados como posibles, gozando de la vista, se vuelven el quehacer de todos los días. Las acciones del ser humano se vuelven su definición. Una definición que no es nueva, sino que estaba censurada, minimizada, por el común uso de la vista. Es un ejercicio en el que el humano no sólo pierde la humanidad sino que adquiere una nueva postura: ir en contra de ella. El humano contra la humanidad. Sólo una mujer en toda la ciudad conserva la vista. Se trata de “la mujer del médico” quien dirige a un grupo de ciegos que no tienen nombre. En esos momentos en que la humanidad se convierte en un enemigo derrotado, los nombres se vuelven prescindibles. Esta mujer pudo haber hecho mucho: desde dominar a los ciegos más feroces, hasta emplear su vista para fomentar su propia conveniencia. Sin embargo, “la mujer del médico” percibe su capacidad como un objeto que debe emplear responsablemente. Pero el mundo es grande, el caos mucho, y ella, sólo una mujer; por eso sólo busca mantener a salvo la vida de sus compañeros. Perdida la razón, se pierde la sociedad y no hay manera de controlarla ni solución suficiente. Ninguna restauración es posible de imponer por nadie. Pero la solución existe: está en cada uno de los individuos. Nadie llega a la razón mas que por un ejercicio propio de ella. Ésa es la gran tesis de Saramago: motivar que la reflexión personal se colectivice para alcanzar una reconciliación con la humanidad.

El trabajo del poeta, del escritor, es primordialmente, el de observador del mundo. José Saramago se caracterizó por serlo siempre incluso cuando aún no era escritor. Esto nos lo revela en un discurso poco conocido que expone en la Academia Sueca en 1998, cuando es galardonado con el Premio Nobel:

Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.

En él relata la manera en que vivió su infancia, pero sobre todo, lo que aprendió. Al niño José da Soussa Saramago el mundo se le presentó como algo que atraía su atención. Desde entonces, se “introspectaba” en él como un modo de entenderlo, de volverlo propio. Por eso, aunque su vida como escritor haya durado treinta años aproximadamente, su vocación la cultivó desde su infancia. Recuerda a su país natal, Portugal. En novelas como Levantado del suelo, regresa a las provincias lusitanas para recrear la vida de los hombres que se levantan del suelo; Manual de pintura y caligrafía, tratado sobre la honradez de saberse hombre, un hombre como todos, limitado. Memorial del convento, novela ambientada en el siglo XVIII en la que una especie de humo gris es la voluntad humana, percibida por una única mujer de nombre Blimunda Sietelunas quien, después de extraerla de los hombres, la deposita en una máquina manufacturada por el jesuita Bartolmeu Loubrenço. Aquel humo gris hace que la máquina se eleve en el cielo, y mientras vuelan el padre, Blimunda y su esposo Baltazar Sietelunas, abajo, en el suelo, un convento de proporciones desmesuradas se construye por orden del Rey, a quien le dijeron que de dicha construcción dependía que su mujer quedara preñada. En el aire y la tierra, Sietesoles y Sietelunas amándose sin palabras de amor. Recordamos también, La balsa de piedra e Historia del cerco de Lisboa, proyecciones que se dirigen a puertos distintos: la primera hacia el futuro, o hacia el presente temido, en donde la Península Ibérica se separa de Europa y navega, a la deriva, por el océano Atlántico en busca de una utopía, la de concebir a Europa como ética luego de que llegara a América a un nuevo encuentro entre culturas, pero esta vez, libre de abusos: “una manera de equilibrar el mundo”. Historia del cerco de Lisboa por su parte, plantea los problemas que causaría que un corrector de estilo escribiera en un texto histórico, un sí donde iba un no, o viceversa. Caín y El Evangelio según Jesucristo son libros que hicieron apretar las mandíbulas a la Iglesia Católica, y todo porque Saramago volvió humanos a José, a Jesús, a Dios, a Caín y, como tales, los cuestionó. En Ensayo sobre la lucidez nuevamente cuestiona, pero esta vez, a la democracia actual, un término que de tanto uso ya se encuentra desgastado. En 2002, su novela El hombre duplicado cuestionó al lector mismo sobre su identidad al poner en duda la de Tertuliano Máximo Afonso, personaje principal de la historia, quien descubre, mientras ve una película, que un actor secundario es idéntico a él. Pero la literatura de Saramago no sólo consta de novelas, también escribió crónicas, como Las Maletas del viajero, cuentos como Casi un objeto  o El cuento de la isla desconocida; un cuento para niños: La flor más grande del mundo. Además, textos autobiográficos como los dos tomos de su Diario de Lanzarote o Las pequeñas memorias.

El libro José Saramago en sus palabras se extiende como una biografía de la obra literaria y del escritor. Por eso, éste primer libro póstumo de Saramago es una forma de homenajearlo al mantener su ausencia como presencia. Saramago no está lejos, está ahí, en el libro, en sus palabras y en nuestra memoria.

(Texto publicado en el suplemento «La cultura hoy, mañana y siempre» de la revista «Siempre!»)